Como cada 22 de diciembre, el
Teatro Real de Madrid espera engalanado uno de los momentos más importantes de
la Navidad. Sin embargo, sus protagonistas, que acaban de subir al escenario,
se encuentran con una desagradable sorpresa.
— ¡Está vacío!
— ¡Alguien ha
robado la Navidad!
— ¿Qué vamos a
hacer?
El alboroto
dentro de los bombos de la lotería, con sus bolas siempre tan discretas, es tan
desmesurado que hasta uno de los vigilantes gira la cabeza para comprobar que
no está viendo visiones.
— Calmaos,
chicas — dice la bola número dos instándoles a que bajen el tono antes de que
el vigilante las descubra —. Este año el sorteo se celebrará sin público ¿No lo
habéis oído?
Sus compañeras
se miran desconcertadas, todas ellas compartiendo el mismo pensamiento: si no
aparece el público y con él la gente disfrazada de abeto, de torero, de bombo,
si no hay risas ni festejos ¿Dónde está la Navidad?
— Y los niños
¿vendrán? — pregunta otra bola en el bombo vecino.
— Sí, los
niños sí vendrán. El sorteo sigue adelante — responde Dos, para alivio de las
demás.
De pronto, la
número siete emerge del fondo del bombo ante las quejas de sus compañeras por
los repentinos empujones.
— ¡Tenemos un
problema! Gorda no quiere participar.
Y así, la bola
siete relata a las otras bolas que su compañera Gorda, llamada así no por su
tamaño sino por la cantidad de premios gordos en los que ha participado, se
niega a salir a escena, porque ha oído que este año todo el mundo quiere que le
toque la salud y no la lotería.
Las bolas
vuelven a alborotarse. Algunas de ellas repentinamente comparten la opinión de
Gorda y adoptan su misma postura.
— Por el amor
de Dios, no podemos tener una huelga cinco minutos antes de que empiece el
sorteo — suspira Dos — Mirad ¡Los niños ya se están colocando! ¿Les vamos a
fallar y a dejar en ridículo no queriendo salir del bombo?
— Ya no nos
quieren — afirma Gorda haciendo su aparición. — ¿Veis? ¡Este año ni siquiera
hay público!
— Eso es
porque no les dejan venir. Pero seguro que nos verán desde sus casas, o nos
oirán por la radio — replica Dos con fingida seguridad. Al ver que algunas de
sus compañeras parecen interesadas en su discurso, continúa hablando. Tiene que
convencer a Gorda, que es toda una institución entre las bolas de lotería, y el
sorteo se habrá salvado. Está segura de que entonces las cien mil habitantes
del bombo querrán participar. — Además — continúa — ¿Cuántos años llevamos
haciendo esto cada 22 de diciembre? ¡Casi doscientos! Y jamás hemos dejado de
repartir premios.
— Pero este
año no nos les interesan los premios —insiste Gorda.
— Bueno, a
nadie le amarga un dulce… — murmura Siete.
— ¿Qué has
dicho?
Siete mira a
Gorda con valentía. Después de dos siglos
de convivencia, conoce de sobra las artimañas que ésta utiliza para
aparecer en tantos premios gordos. Sospecha que cada cierto tiempo se compincha
con alguien del bombo vecino para que su dígito salga con el Gordo, aunque
nadie lo haya podido probar hasta el momento.
— He dicho que
voy a participar. Y que este año voy a salir rodando con más fuerza y alegría
que nunca porque la gente de nuestro país lo está pasando muy mal y levantarlo
es un trabajo de todos, ¡Incluidas las bolas de la lotería! Así que dejadme
sitio, que allá voy — Siete solo se ha alejado un poco cuando, de repente, se
gira y dice a las demás — Me voy a dar un premio para que un hostelero pueda
reabrir su negocio ¿Quién viene conmigo?
Después de
unos segundos de silencio sepulcral, la alegría y el alboroto invaden el bombo.
— ¡Yo voy a
dar otro premio para ayudar a las familias! —exclama otra bola siguiendo a
Siete.
— ¡Y yo para
los empleados de una empresa!
Gorda las mira
convencida. Tienen razón, así que afirma: — ¡Y yo voy a salir en el Gordo!
— No —
interrumpe Dos con una sonrisa— Lo siento pero este año le toca a Siete.
Y así, junto
con sus compañeras Dos, Ocho y Nueve, Siete repartió no solo el premio gordo,
si no la pedrea del año 2020.